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Jorge Iván Bonilla Vélez
Comunicador social y periodista colombiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Magíster en Comunicación 
de la Pontificia Universidad Javeriana y candidato a Doctor en Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad 
Nacional de Colombia. Profesor titular del Departamento de Humanidades de la Universidad EAFIT. Correo 
electrónico: jbonilla@eafit.edu.co. Dirección: Universidad EAFIT, Cra. 49 #7 sur 50, bloque 38, oficina 531. 
Av. Las Vegas, Medellín, Antioquia, Colombia. Teléfono: 261 95 00 Ext. 9551.

Origen del artículo
Este artículo se deriva de la tesis “Imágenes pertur-
badoras: fotografía y conflicto armado en Colombia”, 
que el autor está desarrollando para optar por el título 
de Doctor en Ciencias Humanas y Sociales de la Uni-
versidad Nacional de Colombia.

El proyecto de investigación fue financiado por la 
Universidad EAFIT. El artículo representa un primer 
avance en la primera etapa del proyecto, iniciado en 
junio de 2014.

Recibido: 28 de julio de 2014
Aceptado: 24 de noviembre de 2014

Submission Date: July 28th, 2014
Acceptance Date: November 24th, 2014

doi:10.11144/Javeriana.syp34-66.ammn

More than bad news. A critical review of studies
on media and war

Algo mais do que más notícias.
Revisão crítica dos estudos sobre mídia-guerra

Algo más que malas 
noticias. Una revisión 

crítica a los estudios 
sobre medios-guerra

mailto:jbonilla@eafit.edu.co


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Este artigo é um estado da arte sobre a relação entre mídia e guerra. Oferece revisão crítica dos estudos que 
abordaram este relacionamento em contextos de confrontação armada, nas que as autoridades exerceram 
pressão sobre jornalistas, mídia e opinião pública para impor uma visão hegemônica em favor da causa 
armamentista. O texto põe a ênfase na natureza da representação midiática das guerras contemporâneas, 
desde uma perspectiva que torna saliente a cobertura informativa da guerra quanto nos seus regimes de 
visibilidade. Por fim, o artigo expõe as principais tendências nos estudos sobre cobertura do conflito armado 
na Colômbia.
Palavras-chave: comunicação; mídia; guerra; régime de visibilidade

This paper is a state of the art on the relationship media-war. It offers a critical review of the studies about 
this relationship in contexts of armed confrontations, where authorities have tried to exert political influ-
ence on journalists, media and public opinion to impose a hegemonic vision for the cause of war. The text 
emphasizes on the nature of mediatic representations of modern warfare, from a perspective that stresses 
both the coverage of the war and their regimes of visibility. Finally, it shows the main trends in studies on 
the coverage of the armed conflict in Colombia. 
Keywords: communication; media; war; regime of visibility

Este artículo es un estado del arte sobre la relación entre medios de comunicación y guerra. Se ofrece una 
revisión crítica de los estudios que han abordado esta relación en contextos de confrontaciones armadas, 
donde las autoridades han ejercido presión sobre periodistas, medios de comunicación y opinión pública para 
imponer una visión hegemónica a favor de la causa armamentista. El texto hace énfasis en la naturaleza de 
la representación mediática de las guerras contemporáneas, desde una perspectiva que pone el acento tanto 
en la cobertura informativa de la guerra como en sus regímenes de visibilidad. Por último, el artículo expone 
las principales tendencias en los estudios sobre la cobertura del conflicto armado en Colombia.
Palabras clave: comunicación; medios; guerra; régimen de visibilidad

Resumo

Abstract

Resumen



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Algo más que malas noticias.
Una revisión crítica a los estudios 
sobre medios-guerra

Introducción

Los medios de comunicación son una arena rele-
vante en las guerras. Algunos analistas consideran 
que esta centralidad se ha incrementado gracias 
al ambiente globalizado provisto por los canales 
24 horas, las noticias en tiempo real y la ecología 
mediática propiciada por internet. Estas dinámicas 
sugieren una alteración en el orden de la pregunta 
por el rol de los medios y los periodistas en la 
guerra, haciendo más pertinente aquella por el 
lugar de la guerra en la era de las tecnologías de 
información y de la comunicación (Montanari, 
2000; Cottle, 2006; Hoskins y O’Loughlin, 2010). 
No se trata de una transposición menor; en el 
corazón de la pregunta se dibuja una compleja 
realidad que va desde los cambios tecnológicos en 
la naturaleza de la comunicación, que se hace más 
rápida, simultánea y saturada, hasta las mudanzas 
de la identidad en la cultura informativa de los 
periodistas (Bennett, Lawrence y Livingston 2007; 
Hallin, 2013). Estos cambios también pasan por 
las innovaciones en las máquinas ‘inteligentes’ 
de matar (Carruthers, 2011) y, por supuesto, por 
las transformaciones mismas que sufre la guerra, 
cuando su justificación deja de ser la defensa de 
los intereses del Estado-nación o la liberación 

nacional, y pasa a desencadenarse en nombre de los 
derechos humanos y los valores de la democracia 
liberal (Hammond, 2007).

Sin embargo, como lo recuerda Alejandro 
Pizarroso (1990), las guerras siempre han atraído 
a los periodistas y a los medios de comunicación. 
Desde Crimea1 (1853-1856) hasta Irak (2003), las 
guerras han ejercido una importante influencia en 
los valores-noticia, estando entre ellos la actuali-
dad, la novedad, la controversia y la prominencia, 
valores de los que el periodista se vale a la hora de  
seleccionar, definir y encuadrar la realidad bajo 
acontecimientos noticiosos (Ortega y Humanes, 
2000). Las guerras han proporcionado material 
suficiente para historias periodísticas que ponen 
el acento en el interés humano, el drama, el sufri-
miento, la solidaridad y el heroísmo (Carruthers, 
2000; Cottle, 2006). Además, han desmitificado 
los valores del periodismo liberal, a saber,  la 
‘objetividad’, la ‘independencia’ y el ‘equilibrio’, 
haciendo evidente la simbiosis que durante las 
confrontaciones armadas suele presentarse entre 
periodistas, políticos y militares, con miras a  
movilizar el apoyo a la guerra por parte del público 
(Hallin, 1986; Bennett et al., 2007).

Jorge Iván Bonilla Vélez



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Jorge Iván Bonilla  |  Algo más que malas noticias

Las anteriores consideraciones derivaron en 
el objetivo propuesto para la presente revisión. 
La idea es ofrecer una mirada analítica de las 
tendencias principales desde las que la literatura 
académica se ha aproximado a los procesos de 
mediatización de las guerras contemporáneas. 
Tres escenarios analíticos se desprenden de 
esta revisión. El primero fija su atención en las 
relaciones entre el poder político-militar y el 
poder mediático-periodístico, en contextos de 
confrontaciones armadas en medio de los cuales las 
autoridades han pretendido ejercer presión política 
sobre periodistas, medios y opinión pública para 
determinar una visión hegemónica a favor de la 
causa armamentista (Hallin, 1986; Bennett, 1990; 
Robinson, 2002). 

El segundo hace énfasis en la naturaleza de la 
representación mediática de las guerras contempo-
ráneas, desde una perspectiva que pone el acento 
tanto en la cobertura informativa de la guerra 
como en sus regímenes de visibilidad (Hammond, 
2007; Hoskins y O’Loughlin, 2010). El último 
escenario muestra las principales tendencias que 
se pueden hallar en los estudios sobre la cobertura 
del conflicto armado en Colombia en las últimas 

tres décadas (Cano, 1988; Herrán, 1993; García y 
Romero, 2001; Tamayo y Bonilla, 2014). ¿De qué 
están hechas las preocupaciones nacionales sobre la 
relación entre medios de comunicación y guerra?

La política del consenso:
periodistas, políticos y guerreros

La importancia atribuida al papel de los medios 
de comunicación en contextos de guerra ha abierto 
una importante veta de investigación alrededor 
de la pregunta sobre quién define las preocu-
paciones comunes antes de y durante la guerra. 
¿Son los periodistas o las élites político-militares? 
Conocer la influencia de las élites en las agendas 
de los medios y la influencia de estos últimos  en 
la agenda de las élites ha sido un propósito clave 
en este tipo de estudios, en la medida en que se 
enmarca en una pregunta más amplia: ¿cómo se 
manufactura el consenso en tiempos de guerra? 2 

Un punto en el que convergen la literatura 
sobre la relación entre el poder político y el poder 
mediático es la constatación de que, en tiempos de 
guerra, las dos promesas fundacionales del perio-
dismo liberal, a saber, la vigilancia del poder –la 



Signo y Pensamiento 66 · Avances  |  pp 62 - 78 · volumen XXXIV · enero - junio 2015

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función de ‘perro guardián’ de la democracia– y 
la conversación ciudadana –la función de foro 
de debate público–, sufren una doble implosión 
(Curran, 1991). Por un lado, son consideradas 
indeseables por el establishment político-militar, 
porque generan controversia, producen dudas 
sobre la justificación de la guerra y, por tanto, 
pueden poner a la opinión pública en contra de 
la guerra. Esta situación ha llevado a los sectores 
más conservadores a  poner en duda si el derecho 
del público a la información debe garantizarse 
en tiempos de guerra, o si solo tiene validez en 
momentos de paz (Bennett et al., 2007). Por otro 
lado, la implosión de la vigilancia del poder y la 
conversión ciudadana suelen ir acompañadas del 
desgaste del mito del profesionalismo informativo, 
donde el periodista es un demiurgo perseguido por 
ir en busca de la verdad (Ortega y Humanes, 2000). 
Este mito encuentra en el corresponsal de guerra 
a su principal figura (Leguineche y Sánchez, 
2001; García-Planas, 2007), hecho puesto al 
descubierto por algunos estudios que interpelan 
ese halo mágico de independencia que rodea a 
los reporteros que viajan a países distantes para 
informar sobre guerras lejanas, reubicándolos 
como parte de una compleja organización de 
producción de noticias que disciplina su trabajo y 
define los criterios de noticiabilidad. Esos criterios 
no solo definirían qué guerras cubrir, sino cómo 
hacerlo y por cuánto tiempo (Moeller, 1999 ; 
Carruthers, 2000).  

La guerra de Vietnam (1963-1975) ha sido 
un epicentro de estudios sobre la influencia del 
poder político en los medios de comunicación3. 
Considerada como la primera guerra televisiva, 
Vietnam es un punto de referencia académico 
por dos razones: una, porque fue una guerra 
donde los periodistas hicieron “algo más” que 
sintonizarse con los poderes del Estado (Culbert, 
1998), y dos, porque existe la creencia de que la 
excesiva sobreexposición de los cuerpos muertos 
y las imágenes de sufrimiento en las pantallas de 
la televisión y en las portadas de los diarios minó 
el apoyo del público norteamericano a la guerra 
(Hallin, 1986). 

En su propósito de revisitar Vietnam, Daniel 
Hallin propone un marco analítico para analizar 
el rol que tuvieron los medios en dicha guerra. El 
autor divide su análisis en tres esferas: la esfera del 
consenso, en la que los medios operan dentro de 
un consentimiento de élites; la esfera de la legítima 
controversia, donde los medios reflejan el disenso 
de las élites, y la esfera de la desviación, en la que los 
medios ofrecen una cobertura por fuera del punto 
de vista hegemónico (Hallin, 1986, pp. 116-117). 
Según Hallin, mientras prevaleció el consenso de 
élites alrededor de las razones por las cuales había 
que luchar en Vietnam, la cobertura mediática 
estuvo sintonizada con la perspectiva política 
dominante –la esfera del consenso. 

En la crisis del consenso de 1968, ocasionada 
por la ofensiva militar de los ejércitos comunistas, 
que le costó la vida a miles de soldados estadouni-
denses, los periodistas se volvieron más indepen-
dientes e, incluso, críticos del gobierno –esfera de 
la legítima controversia. Sin embargo, no pasaron 
la barrera del establishment político y tampoco 
fueron tan activos –como se piensa– en dar cabida 
a los movimientos civiles antiguerra –esfera de la 
desviación–, ya que continuaron escuchando, de 
manera privilegiada, las voces oficiales, con la 
única diferencia de que ahora  estaban divididas. 
Así pues, para este autor, la cobertura crítica de 
los medios sobre Vietnam fue una consecuencia 
del disenso de élites, antes que su causa4. 

El análisis de Hallin abrió el camino para 
otros estudios, tanto por el modelo de influencia 
política que propuso como por las respuestas que 
suscitó. Esto último se puede apreciar en algunos 
trabajos que cuestionan la lógica arriba-abajo 
presente en la propuesta de Hallin, al asumir el 
periodismo como apenas un sirviente que repro-
duce el consenso de élites, sin ninguna capacidad 
de influir en estas últimas. También asume a la 
opinión pública como un sujeto pasivo, que emite 
respuestas a las estrategias propagandísticas de los 
tomadores de decisiones5. 

Una de estas respuestas es el modelo de 
contienda política propuesto por Gady Wolfsfeld 
(1997), que ofrece una mirada más compleja 



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Jorge Iván Bonilla  |  Algo más que malas noticias

de la relación entre medios de comunicación 
y poder político. A partir de un análisis de las 
noticias de prensa y televisión sobre el conflicto 
palestino-israelí a finales de la década del ochenta  
y principios de los noventa, Wolfsfeld estudia las 
condiciones bajo las cuales los medios de comu-
nicación pueden jugar un rol activo en el debate 
público, al abrir las puertas informativas a grupos 
con menor poder político –que él llama retadores–, 
y que luchan por el acceso a la significación en 
la esfera pública. ¿Cuándo y cómo los retadores 
logran promocionar sus agendas en los medios? 
Responder a esta pregunta implica, para Wolfsfeld, 
entender que no hay un rol homogéneo de los 
medios en la cobertura de los conflictos arma-
dos; este varía según los contextos políticos del 
conflicto, las fracturas del consenso, los recursos 
materiales y simbólicos movilizados, las capa-
cidades comunicativas y el poder político de los 
antagonistas. En otras palabras,  del estado de la 
opinión pública y de la habilidad de los periodistas 
para acceder y narrar los eventos relacionados 
con la dinámica misma del conflicto (Wolfsfeld, 
1997, pp. 3-5). Para este autor hay factores que 
están por fuera del control de las élites, que hacen 
más imprevisible su dominio y, en consecuencia, 
obligan a los medios a moverse de las posiciones 
que privilegian el punto de vista oficial –dejar de 
ser ‘sirvientes leales a la autoridad’–, hacia posturas 
más independientes –ser ‘agentes semi-honestos’– 
u oposicionales –‘defensores de los débiles’.

A esta tipología de la cobertura mediática es 
a donde apuntan algunos estudios posteriores6, 
que buscan refinar los hallazgos de Hallin y 
Wolfsfeld. Estos estudios comprenden que, si bien 
el proceso político tiene mucha influencia en los 
medios de comunicación, también hay lugar para 
visibilidades inestables y aperturas relativas en 
tiempos de guerra. Para estos trabajos, abordar la 
relación medios-poder político implica examinar 
tres modelos de actuación mediática: el modelo 
dirigido por las élites –elite driven-model–, donde 
las noticias prestan un apoyo decidido a los obje-
tivos gubernamentales de la guerra; el modelo 
independiente –independent model– donde los 

medios ejercen una cobertura equilibrada de los 
eventos y la cobertura con el punto de vista oficial; 
y el modelo oposicional – oppositional model– 
mediante el cual los medios presentan un desafío 
a la conducta oficial de la guerra, al generar una 
cobertura de oposición (Robinson, Goddard, Parry 
y Murray, 2010; Montoya, 2011).

 
La política de la representación:
nuevas guerras, tecnologías e información

La importancia atribuida a los medios de comuni-
cación en contextos de conflicto armado ha dado 
lugar a otro importante filón de investigación, 
dedicado a examinar la naturaleza de la represen-
tación mediática de las guerras contemporáneas, 
sobre todo de aquellas ocurridas tras el fin de la 
Guerra Fría. Algunos estudios muestran cómo los 
sectores con liderazgo político y militar, después 
de la guerra de Vietnam, abrazaron la firme 
creencia de que, en las democracias occidentales, la 
aversión de la opinión pública frente a las víctimas 
civiles y el cubrimiento informativo centrado en 
los horrores de la guerra eran razones suficientes 
para explicar por qué las personas se oponen a la 
guerra (Hallin, 1997). Bajo las consignas ¡No más 
Vietnams! ¡No más cuerpos muertos ni imágenes de 
sufrimiento!, las nuevas guerras libradas a partir 
de la década del noventa se  caracterizaron por un 
novedoso gerenciamiento político-militar, cuyo 
acento estuvo puesto, por una parte, en hacer de 
la guerra una empresa tecnológica –sin sangre– 
(Carruthers, 2011), y, por otra, en asegurar una 
cobertura mediática basada en la saturación de 
noticias e imágenes diseñadas para alimentar la 
máquina de producción informativa (Bennett et 
al., 2007).

Estos trabajos señalan que, en los nuevos 
contextos globalizados de la guerra, la obtención 
del consentimiento social se da por un proyecto 
político, económico y cultural que movilice el 
consenso, antes más que por un cierre legal/formal 
del debate público. De ahí la necesidad de que los 
poderes con liderazgo político, militar y cultural 
adopten una política de comunicación basada en: 



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 i) la desdramatización de las consecuencias huma-
nas de la guerra vía ‘cero visibilidad del horror’ y de 
la readecuación de los campos de percepción de las 
armas al estilo Robocop, que combinen la estética 
del videojuego con las escenografías espectaculares 
de la infografía y la animación (Sarlo, 1993; Hallin, 
1997; Hammond, 2007; Carruthers, 2011); ii) el 
posicionamiento de un sistema experto de verdad 
oficial, encargado de gestionar las narrativas de 
la guerra mediante el análisis estratégico de la 
‘velocidad’, la ‘precisión’ y la ‘distancia’, asociados 
al consumo público de una ‘guerra sin horror’ 
(Baudrillard, 1991; Ignatieff, 2003; Montanari, 
2000); iii) una renovada gestión empresarial de la 
información, ligada, a su vez, a la desregulación de 
las obligaciones de servicio público de los medios, 
la concentración privada de la propiedad mediática 
y al descentramiento de la figura profesional del 
periodista, quien deja de pensarse como inscrito 
en una cultura de ‘interés público’, para entenderse 
como un agente más del mercado (Curran, 1991). 

Otro aspecto relevante de estos estudios es 
la tipología de guerras que examinan. En dicha 
tipología, la transformación mediática de la guerra 
aparece respondiendo a mutaciones más profundas 
en la naturaleza de los conflictos armados contem-
poráneos y, más concretamente, a los desplaza-
mientos ocurridos en las confrontaciones bélicas 
desde finales del siglo XX y comienzos del XXI. 
¿Qué tipo de mutaciones? Se trata de guerras 
que se libran, ya no en nombre de la defensa del 
Estado-nación o de los intereses en conflicto entre 
enemigos plenamente declarados –como causa 
capitalismo vs. comunismo–, como sucedió en las 
guerras totales anteriores al fin de la Guerra Fría, 
sino en nombre del humanitarismo, la seguridad 
global y la democracia liberal, cuyas dinámicas de 
diferenciación con los conflictos bélicos clásicos, su 
dependencia tecnológica y su marcado énfasis en la 
imagen, el espectáculo y la representación mediá-
tica ha llevado a algunos comentaristas a enten-
derlas como ‘guerras electrónicas’ (Baudrillard, 
1991), ‘guerras posheróicas’ (Luttwak, 1995), 
‘nuevas guerras’ (Kaldor, 2001), ‘guerras vir-
tuales’ (Ignatieff, 2003), ‘guerras posmodernas’ 

(Hammond, 2007) o ‘guerras difusas’ (Hoskins y 
O’Loughlin, 2010). 

 Dos escenarios analíticos se desprenden 
de estas perspectivas: el rol de los medios en 
el intervencionismo humanitario y el régimen 
visual de la guerra. En cuanto al primero, hay 
un grupo de trabajos que se dedica a estudiar 
la cobertura noticiosa de las crisis humanitarias 
en contextos caracterizados por la persecución a 
minorías étnicas, como es el caso de los Kurdos 
en Irak, o por la desintegración y/o debilidad del 
Estado-nación, como ocurre en Somalia (1992-
1993), Bosnia-Herzegovina (1992-1995), Ruanda 
(1994) y Kosovo (1999), entre otros. ¿Qué rol 
cumplieron allí los medios de comunicación? 
Buscando dar cuenta de la emergencia de una 
poderosa narrativa –la del humanitarismo–, 
algunos autores llamaron la atención sobre el 
impacto que las transmisiones televisivas tuvieron 
en las decisiones de política internacional a favor 
de la intervención humanitaria, encabezada por 
la ONU (Ignatieff, 2003; Robinson, 2002). Para 
algunos de estos estudios, el papel activo que los 
medios tuvieron en estas crisis fue fundamental, 
por cuanto ayudó a mantener la presión de la 
opinión pública internacional sobre las autoridades 
locales, a hacer visible el sufrimiento ‘a distancia’ 
de las víctimas y a promover un debate público 
beneficioso para esta nueva conciencia universal 
de carácter cosmopolita7. 

Philip Hammond (2013) y otros académicos 
ofrecen una mirada más crítica del asunto. Para 
este último, el aspecto humanitario de las campa-
ñas militares contemporáneas, trátese de interven-
ciones cosmopolitas o de guerras preventivas, tiene 
un doble efecto en la representación mediática del 
humanitarismo: por una parte, ha generado una 
cobertura narcisista de las intervenciones militares, 
a través de la producción de una imagen ‘correcta’ 
de las tropas y de la búsqueda de una imagen 
‘atractiva’ de la víctima inocente –incontaminada, 
digna de serlo, que requiere ser salvada, incluso, 
de sí misma–. Por otra parte, ha dado lugar a un 
‘periodismo adjunto’, que defiende la intervención 
humanitaria por razones éticas, pero repele, al 



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Jorge Iván Bonilla  |  Algo más que malas noticias

mismo tiempo, cualquier intento de reflexividad. 
Esto tiene que ver con  el afán de tomar partido a 
favor de las víctimas  ‘puras’, desde una perspectiva 
maniqueísta que termina por volver invisibles a las 
poblaciones que no cumplen con el imperativo de 
la inocencia total (Hammond, 2013, pp. 255-256).

 En lo que respecta al régimen visual de 
las guerras, las últimas décadas han sido testigo 
de una proliferación de trabajos enfocados en 
las representaciones visuales de la guerra. Estos 
trabajos remiten a una vieja discusión sobre el 
poder de la imagen en nuestras sociedades, en 
la que conf luyen dos narrativas encontradas 
(Sontag, 2003). Una sostiene que el poder de las 
imágenes que muestran la guerra tal cual es, recae 
en su capacidad de fomentar el repudio contra 
esta, puesto que la evidencia vívida del horror 
llevaría a las personas a pensar que la guerra es 
una atrocidad y una insensatez (Taylor, 1998; 
Campbell, 2004). La otra perspectiva señala 
que el poder de las imágenes que muestran los 
horrores de la guerra descansa en que hacen de 
ellas un espectáculo para el consumo de masas: 
las imágenes están allí para ser devoradas por un 
espectador pasivo, a quien el horror le llega sin 
riegos, como mero entretenimiento, a su ‘sala de 
estar’ (Baudrillard, 1997).

Distintos autores, al comparar los regímenes 
visuales de las guerras del Golfo Pérsico y Vietnam, 
han encontrado que el cuerpo humano  debe estar 
en el centro de la discusiones en torno a las políticas 
de la imagen en las nuevas guerras. Régis Debray 
afirma que, mientras que la de Vietnam fue una 
guerra ‘en imágenes’, siendo que se produjeron 
cientos de ellas que mostraban a los vietnamitas y 
americanos de pie, cara a cara y de espaldas en el 
escenario de la confrontación, la del Golfo Pérsico 
fue una guerra ‘visual’, con un funcionamiento 
excesivamente técnico, cerrado y, por lo mismo, sin 
huellas en el cuerpo humano. En esta última primó 
el plano económico y las tecnologías ‘inteligentes’, 
capaces de matar a distancia, mientras la dimensión 
ética pasó a un segundo o tercer plano (Debray, 
1994, p. 256). Eran máquinas –no hombres– las 
que desenvolvían la guerra, con lo cual soldados y 

civiles se disociaron de la materialidad de la guerra 
y del horror de la muerte. Las cámaras de video 
instaladas en los aviones, los misiles y las bombas 
de alta tecnología le permitían al espectador, como 
lo recuerda Susan Carruthers (2000, pp. 276), ver 
a través de la posición de las armas, esto es, ocupar 
el lugar de los agentes de la muerte. 

W. J. T. Mitchell coincide con las posturas de 
Debray. Para el primero, la conmemoración de 
Vietnam lleva implícito el recuerdo de 

[…] la cobertura televisiva de los cuerpos 

caídos en combate, de los innumerables ataúdes 

cubiertos con banderas, las masacres, las atrocidades, 

los entierros masivos y las imágenes singulares, 

como la de la niña vietnamita desnuda con su carne 

en llamas por el napalm. (Mitchell, 2009, p. 344) 

¿Qué caracteriza, entonces, la construcción 
narrativa de las nuevas guerras? Para Mitchell, el 
objetivo narrativo que se inaugura con la operación 
Tormenta del desierto es ‘des-escribir’ Vietnam; 
borrar la huella del cuerpo mediante la proliferación 
de imágenes abstractas, generadas por la cartografía 
electrónica de las ‘bombas inteligentes’ (Mitchell, 
2009, pp. 344-346). Se trata de hacer guerras sin 
cuerpos muertos y sin lágrimas para el público. Esta 
narrativa comenzará a formar parte del régimen de 
verdad oficial propio de las campañas militares, que 
se instalará desde entonces en la esfera pública global.

 Esta concepción de la esfera pública como 
régimen visual de la euforia tecnológica tiene 
consecuencias mayores. Una de ellas es la aclimata-
ción de lo que Paul Virilio llama una estética de la 
desaparición, que consiste tanto en el ocultamiento 
de la dimensión humana de la guerra, trasladada 
a máquinas, mapas, simuladores y videojuegos 
como en la desaparición de los cuerpos heridos 
y muertos, convertidos en fantasmas especulares 
(Virilio, citado en Taylor, 1998, p. 159). La otra 
consecuencia es la intención que dicha euforia 
genera, en los públicos proclives a la guerra, de 
conservar un perímetro de protección que les 
permita mantenerse a distancia del sufrimiento y, 
por tanto, eximirse de los sentimientos de duda, 



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ambivalencia y complejidad moral frente al horror 
(Stevenson, 1998). Como afirma la investigadora 
británica Margot Norris, 

[…] cuando la censura reduce la muerte a 

fantasmas de especulación, esta deja de ser una 

“evidencia” capaz de servir como lugar de debate 

ético y se convierte en figuras imposibles de verificar 

y localizar, por tanto, incapaces de servir a cualquier 

operación intelectual más que la de determinar 

la imposibilidad de su realidad: son fantasmas. 

(Norris, citada en Taylor, 1998, p. 179)

En este bloque de literatura académica que 
pretende alentar la discusión en torno a la política 
visual de las guerras actuales se aloja otra veta de 
reflexiones, esta vez, interesadas en la proliferación 
de imágenes amateurs que habitan hoy el ciberespa-
cio y que compiten con las imágenes profesionales de 
los medios de comunicación e instituciones de poder 
por dar cuenta de la realidad. Ángel Quintana 
analiza algunos documentales y películas sobre 
la guerra de Irak, y encuentra que estos acuden a 
la ‘textura’ borrosa, inestable y desenfocada de las 
imágenes amateurs.  El autor  se pregunta por el 
efecto de verdad que hay en este tipo de imágenes 
innobles, tomadas con videocámaras domésticas y 
por la subjetividad que entra en juego en la iconós-
fera contemporánea de la guerra. “¿Cómo puede 
construirse una ficción cuando la narrativa se ha 
fragmentado y la falsa objetividad informativa ha 
empezado a tambalear frente a las nuevas formas 
de subjetividad que convierten un conflicto polí-
tico en un auténtico calidoscopio de imágenes?” 
(Quintana, 2011, p. 175). A este respecto, Quintana 
sostiene que las imágenes domésticas, carentes de 
cualquier pretensión artística y producidas a partir 
de pequeñas videocámaras, pueden funcionar, en 
tiempos de conflictividad social y campañas milita-
res, como un gesto de contra-información, capaces 
de retar el punto de vista oficial proveniente de las 
imágenes fabricadas por los poderes mediáticos-
político-militar, y en esa medida, de proponer al 
espectador otras formas de entender, en este caso, 
la guerra (Quintana, 2011, p. 177). 

Sin embargo, no son únicamente los ciuda-
danos los que desafían, con sus pantallas móviles 
y sus cámaras ligeras, el régimen de verdad 
oficial del periodismo y el poder. También el 
torturador, el militar, el insurgente y el terrorista 
se convierten, ellos mismos, en ‘video artistas’ 
y documentalistas de la realidad. Sobre esto se 
pronuncia Susan Sontag al analizar el giro que 
se produce en la fotografía de guerra cuando la 
representación del horror deja de ser monopolio 
de los reporteros gráficos y se vuelve sobre los 
verdugos y a las víctimas, unos junto a otros8, 
como sucedió con los soldados-fotógrafos de Abu 
Ghraib. Este desplazamiento, según Sontag, 
señala “un cambio en el uso de las imágenes: 
menos objeto de conservación que mensajes que 
han de circular, difundirse” (Sontag, 2004, s. p.). 
Los soldados-fotógrafos hicieron precisamente 
eso; pusieron a circular, por correo electrónico las 
imágenes que capturaron. Aquí es necesario hacer 
una aclaración: en Abu Ghraib, los perpetradores 
no encontraron nada condenable en aquello que 
mostraban las imágenes. La pretensión de que las 
fotos circularan y de que mucha gente  las mirara 
tenía implícita una suposición algo más mezquina: 
que todo ello había sido divertido. Para Sontag, la 
difusión de estas fotografías por distintos canales 
alentó, no obstante, la controversia pública sobre la 
política oculta tras la ‘guerra contra el terror’, como 
también fuertes reacciones del gobierno Bush para 
detener el peligro de imágenes no autorizadas, 
capaces de desafiar el poderío moral de esa nación 
(Sontag, 2004, s. p). 

Michael Ignatieff se refiere a un asunto 
similar cuando cuestiona el régimen visual tras 
los videos amateurs subidos a internet por grupos 
terroristas, que muestran, en directo y sin edición, 
la decapitación de sus víctimas. En estos casos, la 
cámara deja de ser testigo a ser instrumento del 
horror. Según Ignatieff, estos videos de la humi-
llación retributiva han entrado en un mercado de 
la violencia que busca reducir el umbral humano 
de la repugnancia: si nada es repugnante, todo 
está permitido. De este modo, el horror deviene 
pornografía del horror, mientras que el disgusto 



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Jorge Iván Bonilla  |  Algo más que malas noticias

moral –primer paso para quebrar la voluntad de 
continuar la pelea– termina siendo una víctima 
más de la venganza (Ignatieff, 2004, s. p.).

 John Taylor (1998), en un trabajo dedicado 
al cuerpo del horror en las campañas militares 
de finales del siglo XX, vuelve sobre la distancia 
crítica del sujeto planteada por Ignatieff. Para 
Taylor, los límites que determinan qué imágenes 
se pueden mostrar están configurados no solo por 
el debate público, sino también por las directrices 
del ‘buen gusto’ y la ‘decencia’, como quiera que 
se trata de signos de la civilidad y el miedo, de la 
compulsión y la prohibición. Es en torno a estas 
directrices que los medios de comunicación suelen 
definir sus estándares de calidad informativa y sus 
políticas de la imagen. 

Para este autor, el problema de anteponer 
la repugnancia en nombre del ‘buen gusto’ es 
que puede convertirse en una coartada para 
fomentar silencio moral y amnesia histórica, que 
pelechan cuando esas imágenes no son vistas o 
reproducidas –cuando no son objeto de contro-
versia pública. ¿No hubo, acaso, una época en 
que los productores y editores de las imágenes 
perturbadoras eran más prudentes, más profe-
sionales, con un mejor ‘gusto’? Según Taylor, 
no es que las imágenes fueran más prudentes,  
si no que había más tolerancia a lo monstruoso, 
aunque la imaginería fuera menos mediatizada. 
El autor se pregunta: “¿Qué significado tiene 
para la civilidad que las representaciones de los 
crímenes de guerra fueran siempre delicadas, 
decorosas y educadas? Si la impudicia es fea, 
¿qué es la discreción en la cara de la barbarie?” 
(Taylor, 1998, p. 196).

Estudios sobre medios y conflicto armado 
en Colombia

¿Qué sucede cuando desplazamos la mirada de 
las guerras lejanas para ubicarnos en la literatura 
académica que ha examinado el rol de los medios 
de comunicación y la representación mediática en 
el conflicto armado en Colombia? En el estudio 
pionero de Ana María Cano (1988) sobre el papel 

de los medios de comunicación en el proceso de 
paz del presidente Belisario Betancur (1982-1986) 
con las guerrillas de las FARC, el EPL y el M-19, 
es posible encontrar un conjunto amplio y multi-
forme de trabajos que, desde 1980, han estudiado 
las relaciones entre medios de comunicación y 
conflicto armado, por una parte, y medios de 
comunicación y procesos de paz, por la otra. Esto 
en el marco de un contexto político en el que se ha 
negociado la paz tanto como se ha intensificado la 
guerra. Estos estudios se pueden agrupar en tres 
tendencias principales: el rol de los periodistas en 
contextos de confrontación armada; la naturaleza 
de la cobertura mediática sobre la guerra y la 
paz, y el papel de los medios en un escenario de 
posconflicto (Tamayo y Bonilla, 2014). 

Informar en medio de la guerra: 
el rol de los periodistas 

Son dos las preocupaciones principales de este 
primer grupo de trabajos: las garantías necesa-
rias para ejercer el periodismo y a la formación 
profesional indispensable para informar sobre 
el conflicto armado. Algunos de estos estudios 
advierten que, en contextos altamente disputados, 
las amenazas que sufren los periodistas suelen ser 
producto de la cobertura informativa parcializada, 
ignorante e ingenua que estos realizan, sobre todo 
los más jóvenes. La tesis es que la débil formación 
profesional de los periodistas desencadena en 
riesgos innecesarios, y ubica a los periodistas en 
una posición de víctimas –otras víctimas– del 
‘fuego cruzado’ de los actores armados (Guerrero, 
2001; Rincón y Ruiz; 2002; Gómez, Guerrero y 
Velásquez, 2003).

De esta manera se señala que los periodistas 
deben prepararse mejor –profesionalmente– para 
entender las causas, las transformaciones y las lógi-
cas del conflicto, así como sus actores y escenarios. 
Aquí aparecen una serie de trabajos, la mayoría 
auspiciados por organizaciones de periodistas, 
en alianza con centros académicos, que buscan 
fortalecer tres aspectos de la cultura profesional del 
periodismo: i) especializar a los periodistas en el 



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tratamiento de problemáticas asociadas al conflicto 
armado interno como el Derecho Internacional 
Humanitario (López, 2000), Derechos Humanos 
(Guerrero, 2001), desplazamiento forzado (Herrán 
et al., 2005), la niñez involucrada en la guerra 
(Sierra, Lozano, Guerrero y Salamanca, 2009) 
y los procesos de verdad, justicia y reparación 
(Barbeito, 2009), entre otras; ii) capacitar a los 
periodistas en el acceso a mecanismos de pro-
tección y autoprotección, que amparen el libre 
ejercicio de la profesión en contextos de guerra 
(Ronderos, Ruíz y Escamilla, 2003), con el fin de 
que puedan afrontar situaciones de riesgo (Rincón 
y Ruíz, 2002), superar eventos traumáticos 
(Chinchilla, 2007) y no dejarse manipular por 
las fuentes (León, 2004); iii) sensibilizar a los 
periodistas, editores y directores de medios de 
comunicación sobre la importancia de mantener 
unos estándares de calidad en la producción de 
las noticias, relacionados con el equilibrio, la 
independencia y la precisión a la hora de informar 
sobre el conflicto armado (Rey y Bonilla, 2004; 
Rey, Bonilla, Tamayo y Gómez, 2005).

Noticias sobre la guerra y la paz 

En este segundo grupo se encuentran los trabajos 
que examinan i) la naturaleza de las representa-
ciones mediáticas del conflicto armado, por un 
lado, y ii) los que dan cuenta de las estrategias 
propagandistas que utilizan los actores armados 
para permear la información periodística, por 
otro. En cuanto a los primeros, se encuentran 
trabajos que sostienen que la fascinación que 
generan los ‘hechos de guerra’ en las agendas de 
los medios obedece a que estos acontecimientos 
están asociados a valores-noticia que privilegian 
el drama, la tragedia, la novedad, la espectacu-
laridad, el antagonismo y el heroísmo. Frente a 
estas narrativas, a los ‘hechos de paz’ permanecen 
en la oscuridad, ya que no están relacionados con 
lo insólito, lo dramático y lo impactante (Cano, 
1988; Herrán, 1993; García y Romero, 2001; 
Guerrero, 2008). Otros autores recalcan que este 
tipo de visibilidades mediáticas es proporcional al 

envilecimiento del conflicto armado (López, 2000; 
Bonilla, 2002): así como en las últimas décadas la 
confrontación armada ha incrementado al tiempo 
que se ha degradado, así también las agendas 
informativas han incrementado los valores-noticia 
hasta límites donde la información se mezcla con 
el entretenimiento (Abello, 2001; López, 2005) y 
la realidad con el simulacro (Correa, 2001). Esto 
a través de relatos noticiosos que reducen la socie-
dad al papel de víctima pasiva (Barón, Valencia, 
Bedoya, Rodríguez y Díaz, 2004). Sobre las estra-
tegias propagandísticas de los actores armados, se 
encuentran trabajos que constatan la manera en 
que los actores armados intervienen directamente 
en las agendas del conflicto, diseñando estrategias 
informativas como parte de su gestión comunica-
tiva. En esta dirección, algunos estudios llaman 
la atención sobre las estrategias de gestión de la 
información y las tácticas discursivas que se llevan 
a cabo, ya sea por las Fuerzas Militares, los parami-
litares o la guerrilla, para justificar las acciones en 
medio del conflicto armado. Estas intervenciones 
transitan por los límites entre la información, la 
desinformación y la propaganda (Betancur, 2004; 
Correa; 2006; Serrano y López; 2008). A este 
grupo se suman miradas que auscultan la manera 
en que los actores armados han llevado ‘el campo 
de batalla’ a los nuevos escenarios tecnológicos de 
la web, hecho que se puede apreciar en los trabajos 
que muestran cómo, gracias a Internet, el rol de 
los actores armados deja de ser el de fuentes de 
información para otros, entre ellos los periodistas,  
para convertirse en emisores de su propia comuni-
cación, estratégica, planeada e ideológica (Barón, 
Martínez, Rodríguez  y Wiesner , 2002; Cardona 
y Paredes, 2004).

 
(Pos)conflicto, víctimas y memoria 

Esta tercera tendencia temática evidencia la necesi-
dad de hacer visibles los escenarios del posconflicto 
y los derechos de las víctimas. Se trata de un 
ámbito de atención que surge en 2004, con el inicio 
de los procesos de desmovilización de los grupos 
paramilitares (Yarce, 2004) y, posteriormente, 



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Jorge Iván Bonilla  |  Algo más que malas noticias

con la aplicación de la Ley de Justicia y Paz (VV.
AA., 2012). Esto marca un momento de quiebre 
con los estudios realizados hasta entonces sobre la 
relación entre medios de comunicación y conflicto 
armado. Dicho quiebre está determinado por la 
obligación de visibilizar, desde el periodismo, las 
demandas de verdad, justicia, reparación y no 
repetición de las atrocidades de la guerra que, en 
este caso, se asumen desde una perspectiva que 
pretende invertir el eje de mirada: del interés por 
los testimonios y las lógicas de comunicación de 
los actores armados –los victimarios–, a los relatos 
y estrategias de supervivencia de las víctimas. 

La pregunta por la memoria juega aquí un 
papel preponderante, por cuanto es un punto 
que conecta las narrativas de los medios y de los 
periodistas con los relatos de la sociedad. También,  
porque constituye un elemento clave para contra-
rrestar el protagonismo de los victimarios, romper 
el silencio y hacer visible la barbarie (Payne, 2008; 
VV.AA., 2012). Según estas miradas, el conflicto 
armado se ha relatado mucho, pero se ha relatado 
mal (Rey, 2008). A este respecto, algunos traba-
jos consideran que las tradicionales estructuras 
noticiosas no solo producen el apego del discurso 
periodístico a las fuentes oficiales, sino la preca-
riedad de las voces de las víctimas en el relato 
informativo (Moreno, 2009). Para estos estudios, es 
fundamental que la literatura académica sobre la 
relación entre medios de comunicación y conflicto 
armado amplíe la mirada de su objeto de estudio 
y vaya más allá de la corriente principal de los 
medios –el mainstream mediático–, para explorar 
ese otro universo de ‘nuevos/viejos’ medios de 
carácter comunitario y/o digital, donde están 
circulando otras narrativas, otros actores y otras 
miradas sobre el conflicto armado y las posibili-
dades de paz en el país (Rodríguez, 2008; Franco, 
Nieto y Rincón, 2010).

Conclusiones

Esta revisión bibliográfica me permitió dialogar 
con estudios de carácter nacional e internacional, 
que dan cuenta del rol de los periodistas y los 

medios en conflictos armados o que se aproximan 
a la naturaleza de la representación mediática de 
las guerras. Este diálogo es indispensable, en la 
medida en que brindó pistas para ensayar miradas 
comparadas, encontrar similitudes, diferenciar 
contextos y aprender de experiencias investigativas 
sobre las relación entre  medios de comunicación y 
guerra –fundamentales para comprender el caso 
colombiano–, en un ejercicio analítico que invitó 
a examinar no tanto las guerras de otros sino las 
de nuestro propio contexto.

La literatura académica internacional presenta 
otras miradas, cuyos rasgos es conveniente enu-
merar: en primera instancia, privilegia el estudio 
de mainstream mediático global, aquel que está 
ubicado precisamente en las principales metrópolis 
del mundo desde donde los gobiernos envían tropas 
para luchar contra el enemigo, medios de comu-
nicación para hacer el cubrimiento de la lucha. A 
la opinión pública la dejan en su hogar, pero sigue 
observando la guerra desde la cómoda distancia. 
Segundo, la literatura internacional descarta la 
cobertura informativa de los medios locales de los 
países en guerra y a los propios periodistas nativos 
envueltos en la confrontación, ya sea porque son 
lugares periféricos de la democracia occidental, 
con una precaria organización de medios y una 
débil profesionalización del periodismo, o porque 
las dinámicas de proximidad de esas guerras no 
les interesan. En tercer lugar, centra su atención 
en las guerras que tienen un principio y un final 
claramente definidos, luego de lo cual las cámaras se 
retiran, retirándose al tiempo el interés periodístico, 
dejando por fuera del análisis a las guerras prolon-
gadas en el tiempo.  Por último, estos estudios hacen 
énfasis en aquellas guerras donde las tecnologías 
de la distancia –aviones, misiles, satélites– juegan 
un rol importante en la empresa de hacer de las 
víctimas unos targets sin rostro humano.

En cuanto a la literatura académica nacional, 
esta ha contribuido a la formación de un campo de 
investigación volcado al análisis de los derechos de 
los periodistas, los contenidos que les competen, su 
práctica y las responsabilidades que asumen a nivel 
nacional, regional y local, en el reto de informar 



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sobre el conflicto armado interno. ¿Qué aspectos 
caracterizan la producción académica nacional? 
Primero, los estudios nacionales privilegian el 
análisis textual de los géneros de información 
y de opinión a través de las técnicas del análisis 
de contenido y/o del discurso. Además, muchos 
de ellos suelen concentrarse en coyunturas espe-
cíficas –estudios de caso particulares– y en lo 
propiamente, “colombiano”, de la representación 
mediática del conflicto y los procesos de paz.  Esta 
situación centra el punto de vista en una época, un 
medio o un rol informativo, pero pierde de vista 
perspectivas internacionales comparadas con las 
que se podría dialogar. En tercer lugar, al tratarse 
de trabajos que se quedan en una misma coyun-
tura, no suelen tener en cuenta que los cambios 
ocurridos en la confrontación armada y en las 
negociaciones de paz, en una guerra tan larga 
como la colombiana, también tienen su correlato 
en las transformaciones de su mediatización, 
que, por lo demás, no ha sido la misma en todos 
los medios  en todas las épocas, ni en todos los 
públicos. Por último, los centros académicos han 
sido testigos del surgimiento de una voluntad 
investigativa institucional, representada por orga-
nizaciones vinculadas a la formación de periodistas 
y la defensa de la libertad de expresión  y por 
iniciativas de la sociedad civil, cuyos ejes de interés 
apuntan hacia el empoderamiento comunicativo 
de las comunidades que sufren el conflicto armado, 
antes que al periodismo en sentido estricto.

La segunda observación sobre los estudios 
nacionales sobre medios y conflicto alude a los 
tipos de análisis que se han hecho sobre los medios 
de comunicación en Colombia. Por lo general, 
cuando se estudian la relación  entre medios de 
comunicación  y guerra, se hace partir de las 
prácticas profesionales de los periodistas o desde la 
producción noticiosa sobre estos acontecimientos. 
A diferencia de las aproximaciones internacionales, 
las nacionales permiten apreciar cierta debilidad 
a la hora de pensar la política de la imagen y, en 
general, los regímenes de visibilidad –que incluyen 
aspectos tecnológicos– del conflicto armado interno, 
más allá de lo textual, quizás porque existe una 
inclinación a entender la representación visual de 
nuestras violencias como un déficit que es preciso 
denunciar o, en todo caso, como algo que debe estar 
subordinado al texto escrito y es necesario preservar. 

Asimismo, no son pocos los estudios que 
abordan la relación medios de comunicación-
periodismo-conflicto armado, que hacen énfasis 
en las perspectivas normativas del ‘deber ser’ de 
la profesión y que descuidan, al mismo tiempo, 
las interacciones y complejidades constitutivas 
de los campos mediático y periodístico en sus 
relaciones con la realidad. Como afirma Simon 
Cottle (2006), cuando las investigaciones sobre 
los medios están basadas únicamente en valores 
normativos, se aumenta la tendencia a recaer en un 
mediacentrismo superficial. Las buenas intenciones 
no sustituyen el análisis.

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Signo y Pensamiento 66 · Avances  |  pp 62 - 78 · volumen XXXIV · enero - junio 2015

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Notas

1.  En Crimea se producen dos giros importantes en la his-
toria de las guerras modernas: es la primera guerra foto-
grafiada. El fotógrafo inglés, Roger Fenton, tomó más de 
300 retratos posados de la vida de las tropas detrás del 
frente de batalla. Allí surge la figura del corresponsal de 
guerra, encarnada en el reportero de The Times, William 
Howard Russell. Cfr. Stauber (2013).

2.  El interés por cómo se manufactura el consenso es una 
vieja preocupación de las teorías de la comunicación de 
masas interesadas en la ideología y la economía política. 
Tiene varias versiones, desde el modelo de propaganda 
de Herman y Chomsky (1990) hasta la hipótesis de la 
indexación de Hallin (1986) y Bennett (1990), pasan-
do por el modelo de activación de cascada de Entman 
(2003). 

3.  ¿Por qué Vietnam y no otras guerras precedentes? Por-
que en los análisis de confrontaciones interestatales an-
teriores (I y II Guerras Mundiales, por ejemplo) primaron 
los estudios sobre la propaganda, bajo un contexto de 
consenso nacional donde se asumía, sin mayores dis-
cusiones, la necesidad de que los periodistas y los me-
dios de comunicación apoyaran la guerra. Cfr. Pizarroso 
(1990). 

4.  A esto se refiere la “hipótesis de la indexación”, según la 
cual las noticias de los medios están indexadas al deba-
te gubernamental, siendo la división de las élites lo que 
posibilita una mayor independencia de los medios, y no 
al contrario. Cfr. Hallin (1986); Bennett (1990).

5.  Este cuestionamiento a la hipótesis de indexación radica 
en que su análisis: i) victimiza a los actores no-élites 

que participan en el debate público despojándolos de 
sus responsabilidades; ii) sobredimensiona el rol de la 
propaganda para entender cómo funciona la esfera pú-
blica en contextos de guerra, y iii) desconoce el rol de la 
cultura popular, el fervor religioso y las respuestas cultu-
rales en el paroxismo, la dramatización y la celebración 
comunitaria durante la guerra. Cfr. Hallin (2013).

6.  Véase, por ejemplo, el trabajo de Robinson y equipo 
(2010) sobre la cobertura informativa de los principales 
canales de la televisión Británica durante la invasión a 
Irak, en 2003.

7.  Esto se conoce como el, “efecto CNN,” que plantea que, 
en un clima de incertidumbre política sobre asuntos in-
ternacionales que requieren la intervención humanitaria, 
la cobertura de los medios tiende a ser más crítica y 
negativa, lo que afecta a los tomadores de decisiones. 
¿Qué ha pasado con el efecto CNN después del 9/11? 
La llamada ‘guerra contra el terror’ no solo puso el hu-
manitarismo por debajo de la agenda de la seguridad, 
sino que fortaleció el manejo de los medios por parte 
de los gobiernos, socavando, de esta manera, el poder 
de estos últimos. Así, cuando la política es más certe-
ra, la influencia de los medios es más reducida (Véase 
Robinson, 2005).

8.  Este fenómeno de dar a conocer imágenes en las que 
los perpetradores posan junto a sus víctimas no es nue-
vo. Hace parte de una práctica racista, sexista y colonia-
lista atroz que fue muy común desde finales del siglo 
XIX hasta mitades del XX, denominada, “fotografía de 
linchamientos.” Cfr. Campbell (2004).